Una pulseada que empezó en escritorios enmoquetados terminó con portaaviones merodeando el Caribe. Exxon y Chevron juegan su propio campeonato, Trump agita la bandera del poder duro y Maduro se atrinchera entre sanciones, favores y petróleo. Lo que se vende como diplomacia es, en realidad, un conflicto corporativo con uniformes militares y logos que pesan más que las banderas.
Shell se bajó del altar en el que Horacio Marín soñaba casar a YPF con la superpetrolera anglo-neerlandesa y dejó al proyecto Argentina GNL sin padrino global. La retirada expone el desorden doméstico, el espejismo del RIGI y un tablero energético mundial donde las corporaciones ya no apuestan a promesas lejanas: buscan retornos inmediatos, no ilusiones patagónicas.