Exxon, Chevron y fondos buitre detrás de la amenaza de Trump contra Venezuela
10 diciembre, 2025
Un duelo entre empresas por recursos ajenos, terminó con buques de guerra de Estados Unidos amenazando la región. Lo que empezó en los despachos de las petroleras estadounidenses se coló en la estrategia exterior de la Casa Blanca. Y en el centro están Exxon y Chevron, dos rivales que hoy miran a Venezuela como tablero y como premio.
Elliott Abrams, histórico halcón republicano y exenviado para Venezuela, le pidió al gobierno de Trump una acción rápida. En un artículo en Foreign Affairs afirmó que si Washington no actúa con decisión, la presidencia correrá el riesgo político de quedar como un bluff. Sus líneas mezclan advertencia estratégica y urgencia militar.
La advertencia tiene un correlato real en el agua. En las últimas semanas la armada y la aviación estadounidenses reforzaron su presencia en la región. Al portaaviones Gerald R. Ford se sumaron otros despliegues navales y plataformas aéreas, una muestra de fuerza que sirve de telón a la retórica de los halcones. 
Detrás de la tensión geopolítica hay intereses concretos. Chevron sigue operando en Venezuela. Eso le sirve a sus defensores para argumentar que sanciones y presión no siempre funcionan igual para todos. Y ese contraste alimenta la interna política en Washington sobre qué camino seguir. 
La pulseada corporativa dio otro paso visible con la subasta y eventual venta de Citgo. Un juez federal de Delaware autorizó la transferencia del paquete accionario del holding que controla la refinería a Amber Energy, firma vinculada a Elliott Investment Management, por un monto que ronda los 5.9 mil millones de dólares. La decisión cierra una larga pelea judicial que involucra a numerosos acreedores. 
Amber Energy no es un actor abstracto del mercado. Al frente aparece Gregory Goff, ejecutivo con pasado en el directorio de Exxon que asumió la conducción operativa del vehículo inversor vinculado a Elliott. El dato tiene peso: convierte la disputa legal en una pulseada donde confluyen hombres con pasado en las grandes refinadoras. 
Elliott y su red de contactos refuerzan la sensación de que lo económico y lo político ya no son paralelos. Paul Singer, el fondo que financia a Elliott, tiene historial de litigios y movimientos agresivos sobre activos en disputa. En la práctica, la victoria judicial y la eventual gestión de Citgo por parte de Amber Reed Elliott pueden reconfigurar capacidad de refinación y posición en el mercado norteamericano.
Paul Singer no es un nombre ajeno para la Argentina. El magnate republicano, fundador del fondo buitre Elliott Management, construyó su fortuna comprando deuda impaga y litigando contra países en crisis. En el caso argentino, fue el cerebro detrás de la embestida judicial que bloqueó el pago a los bonistas reestructurados durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
A través de su vehículo NML Capital, Singer financió una guerra financiera y mediática que incluyó campañas de lobby en Washington, aportes a fundaciones vinculadas al Partido Republicano y financiamiento indirecto a medios y grupos de presión que buscaban instalar la narrativa del “default eterno”. En paralelo, aportó fondos a la campaña de Marco Rubio, el senador que encabezó en el Capitolio los proyectos más duros contra los gobiernos progresistas de la región. El mismo Rubio que hoy presiona para que Trump endurezca su posición frente a Venezuela. Para Singer, cada operación tiene el mismo patrón: usar la diplomacia como extensión del mercado. Y cada país, incluido el nuestro, una oportunidad de cobro.
En paralelo a la movida legal y económica, hay choque político dentro de la propia administración. Richard Grenell, que había intentado abrir canales con funcionarios chavistas y logró gestos concretos, como liberaciones y contactos,perdió terreno frente a la ofensiva del senador Marco Rubio y su círculo. Esa fragmentación influyó en la política de señales y en la orientación de la presión sobre Caracas.
El cuadro completo mezcla tres piezas: un lobby corporativo que busca controlar activos estratégicos, un aparato judicial que habilita la transferencia de esos activos, y una política exterior dividida sobre hasta dónde llegar. El resultado es una escalada que puede leerse como competencia comercial disfrazada de geopolítica. Si Trump no decide, advierten los halcones, la imagen de poder estadounidense saldrá dañada. 
“En pasillos de Houston y Washington se escucha que la pelea real no es por Venezuela sino por quién manda en el mercado de combustibles de la próxima década”, dijo a Denergía el ceo de una petrolera. Esa intuición ayuda a atar los hilos: detrás de los misiles hay balances, contratos y refinerías.
La historia no está cerrada. La venta de Citgo todavía enfrenta apelaciones y, en la práctica, depende de aprobaciones regulatorias y de cómo evolucione la presión política. Mientras tanto, las petroleras siguen moviendo fichas. Y el Caribe, por primera vez en años, volvió a ser un escenario donde la rivalidad entre Exxon y Chevron se mezcla con la estrategia militar.